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diumenge 22 d'agost de 2010
Entre China y Kerala
Joaquim Sempere*

Los espectaculares índices de crecimiento de China parecen la prueba concluyente de que los países “emergentes” necesitan capitalismo privado y economía de mercado. Esta fórmula aseguraría el crecimiento, absolutamente indispensable -al parecer- para acceder a la prosperidad y al bienestar. No obstante, algunos observadores agudos, como Rafael Poch, nos alertan sobre las dificultades que acumula la sociedad china y que le pueden pasar factura en un futuro no lejano, y en especial el aumento de las desigualdades y los efectos ecológicos negativos del actual proceso.

Otra experiencia asiática merece atención, la de Kerala. Kerala es un Estado del suroeste de la Unión India, con 32 millones de habitantes, que por circunstancias especiales ha tenido un Gobierno izquierdista estable desde 1957 gracias al cual ha gozado de un bienestar excepcional mediante un modelo socioeconómico completamente distinto del chino.

Gracias a una reforma agraria, la propiedad de la tierra está muy repartida. Este hecho, junto a una legislación favorable a los trabajadores asalariados (con un salario mínimo muy elevado), un sistema fiscal progresivo y una eficaz lucha contra la corrupción, desemboca en un nivel notable de igualdad social. En la industria coexisten sector público y empresa privada. Los presupuestos de Educación y Sanidad son elevados, y estos dos sectores están muy diseminados en todo el país, incluidas las zonas rurales. Estos factores dan unos indicadores de bienestar que se acercan más a los europeos que a los de su propio país.

Veamos algunos datos básicos recientes.

La población por debajo del nivel de pobreza -según los parámetros oficiales del país- es del 3,6% frente al 20% del total de India. La alfabetización alcanza al 87% de las mujeres y al 94% de los varones (India: 38% y 65% respectivamente). La esperanza de vida es de 72 años para las mujeres y de 67 para los varones (India: 63 y 62). Sin tener que recurrir a medidas coercitivas como la política del hijo único de China, Kerala tenía a finales de los noventa un índice de fecundidad de menos de dos hijos por mujer (comparable al de muchos países de Occidente) frente a los cuatro hijos del conjunto de India. Esto se explica tanto por la reducción de la mortalidad infantil como por la educación de la mujer y las políticas antinatalistas. La mortalidad infantil era en 1990 cinco veces menor que en el conjunto de India (5 muertes por cada 1000 niños nacidos vivos, frente a 26 en la India). No hay que olvidar que la elevada mortalidad infantil es una maldición de muchos países empobrecidos que empuja a las parejas a tener más hijos para que sobreviva el mayor número posible, de modo que se dispara la natalidad y se agravan todos los problemas. Incluso la proporción entre mujeres y varones en la población revela una mejoría. Si en 2001 había en Kerala 1.058 mujeres por cada 1.000 varones, en la India eran 933. Esto indica el éxito logrado en Kerala en la lucha contra el infanticidio femenino, frecuente en el conjunto del país. Desde comienzos de los noventa, los niveles de educación superior han sido de los más altos de Asia, sobre todo en informática e ingeniería.

He aquí, pues, un modelo socioeconómico inmerso en una economía de mercado, incluso globalizada, pero guiado por criterios que anteponen el desarrollo humano al crecimiento económico convencional. El resultado es un alto grado de bienestar e igualdad, que además se basa en una elevada participación democrática.

Y lo que es muy importante: el PIB por habitante en Kerala es menor que en la India: 1.802 dólares en 1990 frente a 2.223 dólares en el conjunto del país. Si se pueden alcanzar los mencionados logros sociales con un PIB por habitante más bajo, tal vez debamos concluir que la obsesión por el crecimiento macroeconómico a toda costa no se justifica. Es mejor dar prioridad al desarrollo humano y a una distribución equitativa de la riqueza y de las oportunidades sociales y culturales. Kerala contradice el mito del PIB como índice óptimo del bienestar, así como el de que sin crecimiento -y menos en los países empobrecidos- no hay bienestar.

Es obvio que no se pueden sacar inferencias simplistas de un caso en el que han coincidido durante medio siglo condiciones muy favorables. Y no se puede descartar que la dinámica competitiva mundial genere situaciones difíciles de manejar desde lo que no es más que un Gobierno regional. No es seguro que Kerala resista mucho más tiempo la presión de un entorno nacional y mundial hostil. Pero lo que sí es seguro es que el caso muestra de manera práctica que son posibles procesos socioeconómicos muy distintos de los que se nos presentan como los únicos viables. En Kerala, el partido gobernante que, en condiciones de libertad, ha ido ganando, solo o en coalición, todas las elecciones durante este medio siglo ha sido el Partido Comunista Marxista de la India.

De todo esto se pueden sacar dos conclusiones. La primera es que hay alternativas que no pasan por la economía de mercado capitalista desreglamentada ni por el crecimiento del producto nacional, sino por dar prioridad al desarrollo humano y a la satisfacción de las necesidades básicas logrando mejores resultados. Y la segunda es que el marxismo tiene posibilidades de adaptación que le permiten mantener su vigencia.

*Joaquim Sempere es pofesor de Teoría Sociológica y Sociología Medioambiental de la Universidad de Barcelona.



Resposta a l'article
Kerala, donde los niños son los marajás - Un Estado indio con Gobierno comunista. Con logros sociales insólitos
5 de setembre de 2010, per  EUGENIA RICO

En Cochin, las redes chinas pescan peces imposibles: algunas veces, la luna; otras, el sol, y las más, algún turista despistado. Tendidas sobre la costa, son como las velas con las que Kerala está dispuesta a zarpar de la India de un momento a otro. La ciudad está llena de grandes mansiones coloniales, de iglesias y de calles arboladas. El jacaranda coquetea con los palacios que dejaron los holandeses, y las aceras exhiben su impúdico esplendor en un país sin aceras.

Aquí no hay vacas sin ojos, esos monstruos sagrados con rendijas en lugar de retinas que he visto enloquecer en Bombay. Las vacas sagradas comen basura, y aquí no hay basura en las aceras. Aquí son los bebés los que son sagrados, las niñas incluso. Bajo el frescor de los árboles pasa una fila de niñas vestidas de azul y cogidas de la mano, los ojos pintados de khol y en las frentes el signo de la bendición. La bendición que para estas niñas indias ha sido nacer en Kerala.

Porque, igual que las aceras, el espectáculo de las niñas que van al colegio es inaudito en el subcontinente indio. La India no es un país, sino un museo. La India no existe. La India la crearon los ingleses y los ferrocarriles. Es un nombre geográfico. Una herencia del colonialismo. Existe este continente que he recorrido en trenes atestados. Un mosaico de antiguos reinos y estados: de los marajás del Rajastán al régimen comunista de Kerala. Éste es el único lugar del mundo con un Gobierno comunista elegido democráticamente y el único lugar de la India donde las viudas no son arrojadas a morir de hambre en la calle y donde las niñas van al colegio.

Sea por el comunismo o por el cristianismo, que llegó antes aquí que a Europa, es desconocido en Kerala el infanticidio o el aborto selectivo de niñas, ese que en los estados vecinos ha llevado a una masacre tal que hoy sus poblaciones presentan hasta cinco hombres por cada mujer.

Jazmines en el pelo La Unicef ha declarado a Kerala Estado Amigo de los Niños. Aquí los niños son pequeños dioses de ojos alegres. No trabajan ni mendigan en la calle, sino que van a la escuela. Recorren calles donde ancianas enjoyadas venden enormes ristras de jazmines. Las mujeres y las niñas las llevan en el pelo.

El viajero se ha extasiado en la contemplación de las aceras, que sólo en Cochin y en Goa son lugares frescos y libres por donde pasear, y no escaparates de la miseria del mundo. Según sus cifras macroeconómicas, Kerala es uno de los Estados más pobres de la India. Sin embargo, es también el Estado con un índice de alfabetización más alto y una esperanza de vida mayor. Y uno de los lugares con más índice de desarrollo humano en esta parte del mundo.

Por doquier nos persigue la belleza en Kerala y la pobreza se esconde de nosotros. Hace años, cuando recorrí la India para escribir mi libro En el país de las vacas sin ojos, llegar a Kerala era difícil: tres noches en un autobús con bancos de madera la separaban de Bombay y los aviones que llegan a España. Hoy he llegado vía Doha en un cómodo y conveniente avión de la Quatar Airways.

Compré el billete por Internet. Sólo tres días antes estaba en Madrid, y la nostalgia del olor de los mangos y de los pájaros de colores que se estrellan contra las redes chinas me trajo hasta aquí. En mi anterior viaje remonté los backwaters de Kerala en una barcaza de mercancías, con un italiano loco que llevaba tres años dando la vuelta al mundo y un santón desnudo que arrojaba bendiciones a los nenúfares, a los grandes peces y a las mujeres gordas con igual pasión.

Entonces había muy pocos viajeros que llegaban hasta este Estado. Muchos, atraídos por la medicina ayurvédica y sus curas que prometen la eterna juventud. Hoy día, un empresario llamado Babu Varguese ha construido lujosas casas barco que permiten recorrer los backwaters, los canales encantados de Kerala, en perpetua luna de miel con uno mismo. Las casas barco parecen enormes armadillos de bambú y sirven gambas y langostas mutantes que han crecido bajo las palmeras hasta alcanzar proporciones pantagruélicas.

El país de la sonrisa Estas casas barco, de reciente creación, compiten con las famosas casas barco de Cachemira por conquistar el paraíso en la tierra. Arundhati Roy hablaba del dios de las pequeñas cosas, pero es un dios de grandes cosas el de Kerala. Si visitamos el palacio de los Marajás de Kerala, podemos ver su austeridad y el relato de cómo ya los marajás invirtieron sobre todo en carreteras, en educación y en salud pública.

En la famosa sonrisa de sus gentes no hizo falta invertir. Kerala es quizá el Estado más acogedor de la India, sea en sus canales o en las calles de la judería de Cochin, que concentran algunas de las mejores casas de antigüedades del país. O en Kovalam y las míticas playas del sur, que prometen cambiar tu modo de ver el mundo. No hace falta hablar malayalam para entenderse con sus gentes, que se cuentan no sólo entre las más amistosas de la India, sino seguramente entre las más amables del planeta.

Unas mujeres vestidas con velos negros transparentes me arrastran al otro lado de una celosía a un patio blanco con una fuente. Una de ellas tiene los ojos tan verdes como las frondas que acechan los caminos. Me cuenta que Kerala significa “tierra de los cocoteros” y que desde que Vasco de Gama pisó estas costas no hay ningún blanco que las haya pisado sin pasar su vida soñando con regresar. Según ella, eso es lo que pescan las redes chinas ondeando al viento como si fueran la bandera del deseo. Pescan los sueños de los ilusos que han dejado el paraíso creyendo, como yo, que pueden regresar.

 
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concepció&disseny;: miquel garcia "esranxer@yahoo.es"